“Transilicitana
2018”, ese iba a ser mi objetivo para este año. Después de tres años pensando
en hacerla y buscando compañía para esta locura, llegó el momento.
Nunca había pensado que Papá Noel me regalaría algo que esperaba
hacía tanto tiempo: la inscripción. Me puse manos a la obra porque esto parecía
ir en serio.
Había que planificar el tiempo que quedaba hasta el 17 de
marzo y organizar entrenos, alimentación, logística familiar, (mis hijos han
sido un gran apoyo), trabajo...
Un grupo de whatsapp creado para la ocasión, con las mejores
compañeras que podía tener, otras locas felices, como yo.
Nuestras conversaciones cada vez que nos juntábamos os podéis
imaginar sobre que iban. Hasta decíamos de prepararnos un monólogo o una lista
de chistes para llenar el tiempo durante la carrera.
Mil veces repasábamos todo lo que tendríamos que llevarnos
ese día y otras tantas veces hacíamos y deshacíamos la mochila. Yo solo pensaba
“¿seré capaz?”.
Preguntábamos a gente que ya la había hecho en alguna
ocasión, consejos, artimañas, no sé...algo que nos dijera que sería “fácil”.
Iba pasando el tiempo y por
circunstancias varias íbamos quedando menos gente en el grupo. Dios
mío!!
Yo seguía en mi mundo, oía la palabra “trans” por todos
lados...supongo que eran los nervios. 5 meses de nervios!!
Sin darme cuenta ya me encontraba en la linea de salida,
nervios, fotos de última hora, mis galletas de chocolate para empezar con
fuerza, y mogollón de ilusión. Pensaba de qué forma se me haría más fácil ir
recorriendo cada km.
Pasar por los avituallamientos y ver que la familia y amigos
me esperaban con una dosis de fuerza y ánimos, muchos ánimos para seguir
avanzando en esta locura. Todo preparado para seguir hasta la próxima parada.
¡¡ Que subidón !!
Era ya casi media noche,14 horas, sin parar, 70 kms.
recorridos. Empezaba el último tramo, cansancio, lluvia, aire...¿q más se podía
pedir?. Era el momento de que entrara en juego la cabeza. Muy importante. No
había tiempo ni hueco para pensamientos que impidieran no cumplir mi objetivo.
Seguía lloviendo.
El móvil era mi compañero durante todo el recorrido, mi
aliado, no estaba sola. Mensajes de ánimo, “vamos que no queda nada”,”vas
bien?”,”venga campeona”. Mi marido y mis hijos siempre ahí, sus notas de audio
me sacaban una sonrisa. Si esto era una locura, todos estábamos locos!!
Último avituallamiento. Aviso para que vengan a esperarme,
solo quedaban 13 kms, después de todo, esto ya era nada... Mis peques querían
cruzar la meta conmigo. Sinceramente, esa era mi mayor recompensa, y sus
abrazos la mejor medalla.
Parecía que no llegaba, pero sí, casi las 6 de la mañana, y
ya veía los escalones que había entre ese arco y yo, unos 40. Como si de la
puerta de Alcalá se tratase, grité “MÍRALA”. Igual, ahí estaba viendo pasar el
tiempo...la meta, mi meta. ¡ RETO CONSEGUIDO!
Todavía tenía ganas para contarle al mundo lo orgullosa que
me sentía y decir que nunca sabes de lo que eres capaz si no te la juegas.
La locura no había terminado. 4 días a reposo para que los
músculos y las inflamaciones de tobillo y rodilla volvieran a su sitio. Una
experiencia para vivirla, aun sabiendo estas consecuencias. El dolor es
temporal, la satisfacción es para siempre.